jueves, enero 04, 2007

Cinco

Se puede ser turista de la propia ciudad.

Los niños siempre quieren descubrir algo nuevo a la vuelta de la esquina. Sonrisas de pasto fresco y helados. En el fondo de la casa, detrás de los pastizales que nunca se cortan, se tiende un sabor incierto en las tardes de verano. Del otro lado del muro vive la vecina que nadie ve hace años, sólo a veces asoma su cara en penumbras sin salir nunca de atrás de la puerta entornada. La gente dice que está loca, loca como una cabra, locura de campo que acaso no lastime. El viento sigue moviendo el pasto suave casi sin ruido.

La felicidad es cuando el heladero pasa despacito, con tiempo suficiente para detenerlo.

No dejar que la costumbre se apodere de las cosas. Mirar todo con grandes ojos nuevos. Estar alerta, porque en cuanto uno se descuida todo tiende a deslizarse hacia lugares conocidos.

Toda ciudad es un poquito como las otras ciudades. Tiene pedazos de otras, igual que las personas. Sólo hay que saber buscar los rincones que se alejan. Sólo hay que saber alejarse.

Lo maravilloso de esos lugares es que se podría no volver.

Entonces quedan sumergidos en el recuerdo que los envenena de verde, también despacito.

Salir y no saber dónde se va. La imprecisión, con zapatos gastados que pierden la tapita, o se les quiebra el cambrillón.

A veces uno olvida las palabras de otros idiomas, pero las recuerda en sueños. Soñando uno es siempre más inteligente, porque el sueño se escapa a la costumbre.

Un día sueño que intento salvar a un lagarto, a pesar de que no importa demasiado.

Al otro, que nos mudamos con mis papás a una ciudad lejos. Pero el departamento es oscuro, los cuartos dan a un patio común, con paredes manchadas de humedad gris.

El profesor dijo a sus alumnos: anoten sus sueños.

Y todos escribieron sus palabras con mucho cuidado.

Cuando era niña, solía ser feliz en diciembre. Todos los preparativos de la navidad son un acontecimiento mucho mejor que la navidad en sí misma. Por otra parte, la vida se ve mucho mejor de color rojo metalizado, o verde, o azul, redondeada y brillante adentro de una bola que refleja lucecitas que titilan. Por eso era lindo armar el árbol de navidad.

Al hundir los ojos en la escena tonalizada de rojo, se recuperan todos los otros años en que miramos la bola de la misma manera. Se entiende que todo sigue sucediendo, que es mentira que las cosas dejan de suceder. Se quedan guardadas como los adornos o el pino de plástico, reposando hasta que las miremos de nuevo.

Tenía un juego para los viernes, cuando salía del colegio. El juego consistía en salir a caminar sin rumbo fijo, a descubrir un barrio que no conociera. La complicación del juego era, claro, que podía perderme. Y eso era también lo que lo hacía fascinante. Las calles nuevas me hacían sentir distinta, vivir un pedazo de otra vida, que era la vida de las personas que caminaban todos los días por esas calles. La vida debería poder interrumpirse de golpe y convertirse en algo completamente diferente, una y otra vez. Nos perdemos muchas vidas posibles por elegir sólo una...pero tenemos miedo de que nos pase lo que a Alina Reyes, es un cuento que nos contaron varias veces de distintas maneras. Entonces, los otros que viven dentro de nosotros se van muriendo de a poquito.

Todavía veo esas calles, con unos ojos raros que no son los que guardan la imagen y el espacio, sino los que guardan las sensaciones. Pasé por la puerta de una droguería, cambió el semáforo, cruzó una chica con un perrito, la luz del cielo se iba apagando...nada de eso es nada.

La feria donde comprábamos los adornos era siempre en alguna hora entre las seis y las siete, cuando el cielo se vuelve más azul, se estira apagándose y uno podría llorar un poco por el día que se va, si se detuviera un instante, pero en general eso no sucede. En invierno, son horas donde hay una espuma de tristeza, un deseo de chocolate y estrellas, pero muy tenues, casi invisibles. Toda la felicidad era el crepúsculo en esa feria y saber todo lo que vendría. Mi adorno favorito era azul, un azul translúcido y opaco, alargado, con vueltas de purpurina plateada. No había nada más lindo. La abuela había hecho un adorno clavando alfileres con puntas de colores metalizados a un calcetín. En la feria siempre estaba anocheciendo, apenas un rato era de día, y a medida que se hacía más de noche, uno era más feliz. Vendían turrón y manzanas con caramelo. Era en una plaza y los senderos levantaban polvo. Hacía frío y la gente compraba uvas.

Sería todo especial, porque me pondría un vestido especial y me dejarían tomar media copita de sidra. Y porque habría muchos regalos. Y prepararíamos una comida especial también, y la serviríamos sobre platos especiales.

La gente se queja porque no suceden cosas especiales. Somos perezosos con lo especial, esperamos que venga a nosotros y nunca se nos ocurre hacer al revés.

Cuando era adolescente, mi amiga Claudia solía pedirle a los ángeles que sucedieran cosas especiales. Hacía ceremonias raras, como llenar baldes de agua con azúcar y dispersarlos por toda la casa. Y prender velas rosadas diciendo palabras inconexas que sacaba del libro de latín de su hermano. Ya en la adolescencia uno empieza a volverse perezoso. También es una manera de tener una excusa para enojarse con los ángeles, con dios y todo el mundo. Todo porque papá no nos deja quedarnos a bailar hasta tarde.

Cuando tenía 12, nunca me había escapado del colegio. Una mañana decidí hacerlo y fui a la feria. Era raro, porque era de mañana. Compré pipas de calabaza. Estaba nublado. Fui a casa y me puse a bordar un mantelito con punto de cruz para regalarle a mi mamá. En la escuela teníamos clase de bordado. Yo aprendía a bordar y tocar el piano. Ah, sí...también tenía un gato. Era la época de mis cosas Dickens. Las niñas impresionables atraviesan épocas Dickens, épocas Alcott...épocas D’Amici, incluso. Se obsesionan con la bondad y quieren morir jóvenes como Beth, hasta que en un momento alguien les pincha el globo, cuando descubren que el amor de las damas agitando su sombrilla entre suspiros, es en realidad un disfraz del sexo. Y ahí todo se complica, y no hay vuelta atrás. La vida con sexo es mucho más complicada.

Es una lástima que los niños sensibles descubran el sexo con culpa, pero no sé si podría ser de otro modo. Con el sexo se renuncia al mundo de la magia y se ingresa al mundo de las confusiones, de las relatividades. Por hacer las cosas especiales se podía todo, incluso ser ridículo, ser grotesco, ser torpe. Ahora todo eso está mal. Se corre desesperadamente a ser deseable, a buscar las cosas que los otros dicen que son especiales. Ahí los niños son ahogados hasta morir, o casi...Cuando ya no pueden hacer las cosas especiales, cuando la magia es algo que queda afuera. Hoy, por cierto, los niños son ahogados mucho más temprano.

Sé que si amo a alguien es porque tiene aún algo de niño. De niño que puede respirar debajo del agua.

Y algo felino en los ojos, que desafía al mundo observándolo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces desesperanzada, a veces encantada, siempre sensible.
Felicitaciones. Deberías publicar un libro de relatos.
Ojalá consigas muchos lectores en tu blog
David

Eliana dijo...

Gracias. :)

Debería? No sé. Yo tengo la idea de que la gente prefiere leer historias más armadas, de tipo planteamiento - nudo - desenlace. Por eso jamás un libro de poesía podría ser best seller...y sin embargo es tan necesario que se siga escribiendo poesía!

Pero el blog es un comienzo y tal vez pruebe que me equivoco. Ojalá...

J.- dijo...

yo tambien soy la gente. yo preferiria tener un libro que tuviera estos relatos poeticos o estas poesias en prosa. me gusta entrar a tu blog y leerte, pero el libro me permitiria llevarte de viaje, leerte en cualquier lugar.
esto que acabo de leer y que pareciera no tener estructura aristotelica tiene una estructura de todos modos y la gracia es encontrarla, subirse al relato,dejar que la poesia lo abrace a uno como lo hace todo lo que escribis aca.
esto que escribis ademas de producir una paleta de emociones tremenda podria charlarse, analizarse, alargarse por siempre y no cansaria nunca.
gracias.

Eliana dijo...

Vamos por el libro entonces :)

Es cierto que ningún blog o e-book reemplaza al objeto libro. Abren otras opciones, pero uno aún necesita pasar las páginas, subrayar, anotar, tocar, oler inclusive, y eso no lo da la pantalla del monitor. Aún en un mundo ideal donde tener una notebook fuera tan usual como tener una heladera, creo que eso seguiría pasando.

A mí me interesa el formato blog por el feedback y porque "publicar" se convierte en algo tan simple como apretar un botón...pero sí, entiendo que es más cómodo para mí que para el lector.

Para mí es bueno que los textos funcionen como disparadores...de ideas, de emociones, de análisis. Y cualquier cosa que les surja al respecto es bien recibida.

 
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