martes, diciembre 26, 2006

Cuatro














Dejar escurrir los zapatos
llenar la cama de blanco cuando quiero irme.

Escribir es un consuelo de arroz con leche.

Dicen que no se puede escribir bien y ser feliz.

Sueño escaparme a un lugar con muchas hojas y pocas palabras. Un lugar de flores enormes y anaranjadas, donde puede ser la otra parte de mí. La que se estremece y desconoce todas las agujas de las ciudades. Como si nunca la hubieran tocado.

Un yo de agua.
Con los ojos hirviendo.
Planta devoradora.

La vida oscila entre el bagel de canela y el pan blando con porotos negros. El pan se moja en sopa y ya no es. Todo se vuelve de cartón y los niños lloran porque no es verdad.

Alivio de canela en la boca.

Adentro tengo muchas vidas contenidas que se apretan entre sí, se pisan unas a otras. Aún no sé contar ninguna. Se van deshilachando mansamente al sol.

Un año me habían disfrazado de hada, con un bonete de papel metalizado y una varita con una estrella. Y al siguiente, de bailarina muy blanca, porque yo quería ser bailarina. Pero había demasiado silencio en la casa de paredes largas. Y una garrafa de gas en invierno.

Se elige el frío ansioso de las palabras o las lenguas calientes sobre la piel.

Desistir parece ser aún algo honorable, despojarse suave como un cisne en un estanque detenido y vaporoso. Círculos rasgando azul espeso, casi violeta.

Habían dejado que la pileta se llenara de camalotes. El agua estaba quieta y oscura hacía tiempo. Los otros chicos decían que una vez, un niño se había caído y se había ahogado, y estaba ahí todavía. Yo pensaba en ese niño enredado en los tallos de las plantas mientras comía macarrones sin salsa en el comedor. La masía era vieja y grande en el monte pequeño pero oscuro. Todos los años se perdían montañistas en las rocas y niños en las cuevas.

Veneno lento de neblina y azúcar. Rosas de mazapán y purpurina celeste. Ternura de tul y recuerdos inventados.

Así se elige no ser. Un deslizarse. Una promesa de nieve.

Si me escapara hacia lo verde, lo tierno que lastima; dolor de un brote nuevo que deja al mundo sin lenguaje.

Los que no han llorado por dentro no merecen ser felices. Las lágrimas que nadie sabe.

La felicidad miserable de la ropa blanca y los ravioles del domingo. Felicidad de patio y macetas.

La felicidad dorada que venden en los freeshops. Felicidad de luces halógenas.

La felicidad de un beso de sol y sal, resbalando de fruta partida. Felicidad jugosa de piel sin pensamiento.

Cocinaba con un delantal estampado con una muñeca de Sarah Key. Me subía a la silla y medía la harina por cucharadas. Las manos demasiado pequeñas para batir el azúcar con las yemas de huevo.

Tal vez nunca volvamos a vernos.



Epílogo


Yo tenía ganas de llover.

Una vez, un texto dijo que yo era hermosa y atroz. Y extrañamente, mataba en vez de morir. A fin de cuentas, no hay gran diferencia.

Es de noche y estoy en la pileta vacía. Hago la plancha mientras me riega el agua de lluvia. Muy blanca en el agua muy negra.

domingo, diciembre 17, 2006

Tres

Tengo la fantasía de que un hombre se enamore por cómo escribo.

Como si me lamiera por dentro hasta los huesos.

Ya sé que eso es imposible. Ya sé que no funciona así.

Es más fácil que una mujer se enamore de un hombre por cómo escribe, a que suceda lo opuesto.

Las palabras se ponen un vestido de imagen, pero sólo es el vestido que yo elegiría. No es el vestido de moda.

Es difícil ser amada cuando no se escribe con palabras bonitas. Las palabras bonitas me apretan como zapatos nuevos.

No ha sido siempre así. Yo antes nadaba embobada en la belleza de las cosas.

Yo no sé escribir historias. Lo que yo escribo es el strip tease de una cebolla, contado de distintas maneras. Voy rescribiendo la historia y parece que son muchas, pero es una sola. Es un viejo truco.

Del otro lado me gustaría que los ojos del que me mira fueran horizontales y claros, con olor de libro nuevo.

No se puede escribir cuando se es feliz, porque sale todo demasiado sonrosado. Los artistas lloran y hacen mares de lágrimas y sopa de letras. Comen eso todos los días, por eso la mayoría están flacos y tienen mal aspecto. Un artista rozagante y bien nutrido siempre es algo sospechoso.

Es raro dónde puede terminar uno en la web. Del blog de un intelectual se aterriza en el de una ex prostituta. El intelectual y la ex prostituta se encuentran a tomar café y sacan el album de fotos de sus encuentros sexuales como otros sacarían el de sus hijos.

Se sufre cuando no se entienden los códigos del sexo y el dinero.

La vida se reduce a esto: tener el máximo placer el mayor tiempo posible.

Después viene la muerte.

Entremedio hay gente que prefiere pensar más y tener menos placer. Es una elección penosa, pero por suerte ellos no saben que están eligiendo.

Yo, por ejemplo, no sé elegir. Me gusta estar suspendida en las largas zonas grises, de una ciudad a otra, de un cuerpo a otro, sin ser nunca yo del todo.

A veces mi cabeza es golpeada como una piñata, y saltan miles de papelitos de colores con todas las ideas y cosas valiosas que me enseñaron.

Lo mejor que le puede pasar a una persona es que sus padres no se ocupen de su educación. La educación de los padres está pensada para que la vida de sus hijos sea como la de ellos, pero mejor. No prevee que se injerten pedazos de otras vidas que nunca conocieron.

Yo quisiera hacerme a mí misma con pedazos de las vidas de otros.

Quisiera tener un pedazo de la vida de Tina Marie, la ex puta. Ella lo dice con la boca muy roja y el pelo muy largo.

Las mujeres piensan que la vida de las prostitutas es desgraciada.

Piensan eso para no tener lástima de su propia vida.

Las abuelas susurraban una tristeza de mentira que tenían las pobres chicas que taconeaban en los arrabales.

La tristeza no tiene que ver con el sexo, sino con el dinero. Se es triste cuando se es pobre, eso es claro.

Las mujeres se enojan cuando no pueden tener todo el sexo que quisieran. Entonces dicen que no son amadas y que los hombres son una basura.

Las mujeres desean poder procurarse placer como los hombres y los envidian secretamente por esto. Han inventado la idea de que no son buenos porque no desean estar con una sola mujer.

Las mujeres desean sentirse especiales para olvidarse de lo poco que se ocupan de su placer.

Cenicienta barre migajas de la fiesta y espera un vestido de hilos de plata. Ella espera un príncipe, sus hermanas sólo quieren desnudarse sobre una cama caliente regada de guisantes.

Con la piel aleteando de cisnes negros y salvajes.

De niña tenía un libro de cuentos donde había una niña con un pelo muy negro y muy largo. Era tan largo que cuando viajaba en barco, el pelo colgaba y caía sobre el mar como una larga cola. En el pelo se enredaban estrellas de mar y pececitos de colores. El cuento se llamaba: una trenza tan larga...

Cuando las cosas andan mal, es mejor acostarse desnuda sobre una sábana recién lavada. La vida se vuelve entonces increíblemente diáfana.

Tina Marie explica su trabajo con lujo de detalles. Recuerda con cariño a todos sus clientes. Todos le enseñaron algo sobre el placer. Las mujeres, al oírla, se resquebrajan como jarrones viejos, de dolor y de impotencia. Pero no es el dolor del goce, sino el dolor mohoso de la piel arrugada antes de tiempo, que siempre tiene algo de vela, de iglesia.

También es bueno sumergirse.

Con el agua tan caliente como se pueda.

El baño es una ceremonia.

Las mujeres piensan que el sexo debería ser una ceremonia.

Cuando las mujeres no disfrutan del sexo se quejan del clima, de la comida, de su familia, de los programas de televisión. Pero especialmente se quejan de los hombres.

Los hombres son los gigantes que están en el bosque, donde las cosas son salvajes, y no pueden saltar del otro lado del muro sin morir.

Los hombres se entristecen cuando las mujeres destilan agua y se quedan chapoteando ahí. Generalmente esto sucede al atardecer. Las mujeres chapotean como sapos porque creen que no pueden nadar si no es subidas a un hombre como a un delfín. El cielo de la tarde se pone violeta y no hay agua, sólo charcos y tallos de hierba que crece muy alta. El día se va con los sapos croando y las chicharras, en la casa de madera donde no hay luz. Allá afuera está la llanura. Los bichos vuelan alrededor del único farol, se quedan pegados a la luz. Las cosas deben nacer así sin nada. Sin saber qué se come mañana o adónde se vuelve. La vida que muerden los que aún tienen dientes.

La gente sólo puede tolerar la felicidad ajena en pequeñas dosis, y siempre y cuando sea parecida a lo que ellos entienden por felicidad. Se discute la posibilidad de borrar la palabra éxtasis de los diccionarios.

domingo, diciembre 10, 2006

Dos

Escribo desnuda.

Me gustaría que mi cuerpo estuviera sumergido la mayor parte del tiempo. Escribir con gorgoteos.

Pienso que las mujeres escriben mejor cuando quieren morirse. A veces ellas no lo saben, pero lo saben sus cuerpos. Cuando una persona quiere morir, en lo primero que se nota es en el lenguaje. Las letras salen crudas y por eso incomodan. En general, la escritura tiene muchos procesos de cocción. Se recalienta el mismo plato. A la gente le gusta comer de ese plato siempre y cuando parezca haute cuisine. Nos gusta que elaboren las cosas porque parece que se toman la molestia especialmente para nosotros.

Cuando todo queda así crudo se parece al sexo de madrugada con alguien que no veremos más.

No ver más se parece a la muerte. Queremos ver cosas todo el tiempo.

Por eso la gente cree que los ciegos son las personas más desgraciadas. No pueden ver las cosas lindas del mundo. Tienen que conformarse con imaginarlas como quieran.

No sé si es igual con los hombres. También se nota cuando quieren morir. Pero no dejan tanto que eso se meta en su escritura, porque aún sobreviven más de lo que mueren en ella. No dejan que se filtre tanto la hermosura de las cosas escondidas que acechan.

Como una flor nocturna allá en la sombra me abriré dulcemente para ti, escribía ella.

Las flores tienen un veneno que puede intoxicar a los desprevenidos, especialmente a los niños.

Cuando era niña quería vivir adentro de la heladera. Se apaga la luz y yo me duermo sobre la escarcha. Me gusta ver humear los cubos de hielo seco.

Las tardes de lluvia me acuerdo del cumpleaños de mi amiga Alba. Era su último cumpleaños porque sus padres se mudaban a otro lugar, entonces estaba a punto de morirse para nosotros. Mi madre me llevó a su casa, un edificio muy lindo que tenía flores doradas grabadas en las puertas del ascensor. Llovía. Tal vez por eso nadie más fue al cumpleaños. Comimos croissants rellenos de chocolate en la cocina, toda limpísima y marmolada. Nos pusimos gorros de papel metalizado y escuchamos canciones de Los Parchís. Yo tenía ganas de llorar. No tanto como aquella vez en el aeropuerto, que me agarraba de la columna para que no me llevaran. Las despedidas no son fáciles para nadie.

Cuesta soltar las cosas porque se van a un lugar donde no podemos verlas. Ahora tal vez pueda tipear el nombre de mi compañerita en Google, tal vez me entere de que está casada con un peletero o el dueño de un restaurante en Platja D’Aro. Tal vez tenga hijos, tal vez tome antidepresivos, tal vez lleve una vida rosada y feliz. Puede que esté muerta de algo que pasó después de la mudanza, varias cosas que comenzaron a encadenarse desde el momento en que me decía adiós con la mano desde la puerta blanca del ascensor bordeado de flores. Yo creía que eran flores de oro. Caían en cascada inevitable, soltadas de la mano de la princesa de un cuento.

La culpa siempre es de las flores que relumbran.

Antes la gente desplumaba gallinas. Muchas mujeres degollaban gallinas y hundían sus manos en las vísceras calientes. Las casas olían a pluma y a piel de pollo. Las mujeres olían a niño, a sexo, a salsa de tomate. Ahora no pueden oler más que a una cosa por vez.

Se enseñó que las casa y las personas debían oler a flores de plástico, a flores imposibles. Señoras sonrientes y bien peinadas pulverizan ese perfume sonriendo, demostrando con eso que la felicidad empieza siempre por un buen perfume y un peinado adecuado. Es por eso que los sábados las peluquerías se llenan de señoras que desean estirar y pulverizar sus cabellos, y que el día de la madre las perfumerías no dan a basto. Madre es ahora un perfume suave e inofensivo a sábana limpia y ropa nueva.

Tal vez el corazón de la gallina sigue latiendo unos segundos más, tal vez al hundir las manos es posible sentir su corazón sin sentir pena.

Mi madre lloraba cuando le sirvieron el caldo de su gallina favorita. Estaba siempre dando vueltas en el cuarto donde las mujeres cosían. Se murió al tragarse una aguja.

Alba no podía saber nada de eso, guardada en su cocina de mármol y chocolate.

La gente guarda a los niños para que no sepan. Les cuentan cuentos donde los malos son gigantes y brujas deformes que viven lejos y mueren electrificados cuando intentan pasar al otro lado del muro.

Mi abuela tuvo una tía que murió muy joven. Tenía pulmonía y se vistió para ir a un baile. En esa época no quedaba bien querer bailar más que vivir, y eso sigue siendo así todavía. Yo trataba de imaginarme a mi tía bisabuela con su vestido blanco de debutante, las mejillas demasiado rojas, el corazón girando en un vals derramado de flores y sangre. Seguramente tosería sangre. Ojalá que hubiera muerto en el salón, mirando la luz tibia de los candelabros o la cara del hombre que deseaba que le hiciese el amor. Todas las familias deben tener una virgen que muera joven. Es necesario para que los dioses no nos castiguen demasiado.

Cuando la gente tenía fiebre, se creía que era bueno sumergirlos en una tina llena de agua helada. Si esto no surtía efecto, se reemplazaba el agua helada por agua caliente. Una vez vi morirse a una mujer así, en una película. Salvo excepciones como Marat, las que mueren en las tinas suelen ser las mujeres. O los niños. También se creía que era bueno hacer sangrías para eliminar toda la sangre mala. El médico de María Antonieta decía que su sangre se acaloraba cuando estaba en el Temple. Tenía hemorragias. Perder sangre es otro ritual necesario.

En el cuento de Los cisnes salvajes, una joven era amada por doce hombres y seguía siendo pura. Por eso la hoguera donde querían quemarla se cubría de rosas.

El incesto era algo común, sobre todo entre reyes y príncipes.

En algún momento el agua que fluía se estanca y comienza a pudrirse. En la superficie aparecen capas de hongos que flotan a la deriva.

Agua estancada.

Agua encantada.

Cuando se está a punto de saltar a un río desde cierta altura, uno siempre piensa que se puede morir. No se sabe si debajo hay una gran piedra que no vemos a simple vista, o una corriente subterránea que nos impedirá volver a la superficie.

Cuando caigo y mi cuerpo flota en el aire, sé que es irreversible.

Al entrar al agua, todo se ensordece.

He entrado en otro mundo.

Veo grandes peces huyendo.

Veo el tamaño de la piedra sumergida que no vi desde arriba. Pienso que mi madre se moriría si supiera que he muerto por una enorme piedra, contra todas las enseñanzas y pronósticos.

Veo que estoy viva en otro mundo.

Abro los ojos.

Mi sangre se enfría como si la hubiera dormido en la heladera.

Estoy adentro de una inmensa tina burbujeante y llena de vida.

Estoy extrañamente viva.

Si miro hacia arriba puedo entrever el sol a través del agua.

La niña salió del agua y caminó desnuda hacia la costa que brillaba al sol. Allí fue vestida por el hijo del rey, quien la tomó por esposa.

O bien: la niña nunca salió del agua y se convirtió en una sirena.
 
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