
Dejar escurrir los zapatos
llenar la cama de blanco cuando quiero irme.
Escribir es un consuelo de arroz con leche.
Dicen que no se puede escribir bien y ser feliz.
Sueño escaparme a un lugar con muchas hojas y pocas palabras. Un lugar de flores enormes y anaranjadas, donde puede ser la otra parte de mí. La que se estremece y desconoce todas las agujas de las ciudades. Como si nunca la hubieran tocado.
Un yo de agua.
Con los ojos hirviendo.
Planta devoradora.
La vida oscila entre el bagel de canela y el pan blando con porotos negros. El pan se moja en sopa y ya no es. Todo se vuelve de cartón y los niños lloran porque no es verdad.
Alivio de canela en la boca.
Adentro tengo muchas vidas contenidas que se apretan entre sí, se pisan unas a otras. Aún no sé contar ninguna. Se van deshilachando mansamente al sol.
Un año me habían disfrazado de hada, con un bonete de papel metalizado y una varita con una estrella. Y al siguiente, de bailarina muy blanca, porque yo quería ser bailarina. Pero había demasiado silencio en la casa de paredes largas. Y una garrafa de gas en invierno.
Se elige el frío ansioso de las palabras o las lenguas calientes sobre la piel.
Desistir parece ser aún algo honorable, despojarse suave como un cisne en un estanque detenido y vaporoso. Círculos rasgando azul espeso, casi violeta.
Habían dejado que la pileta se llenara de camalotes. El agua estaba quieta y oscura hacía tiempo. Los otros chicos decían que una vez, un niño se había caído y se había ahogado, y estaba ahí todavía. Yo pensaba en ese niño enredado en los tallos de las plantas mientras comía macarrones sin salsa en el comedor. La masía era vieja y grande en el monte pequeño pero oscuro. Todos los años se perdían montañistas en las rocas y niños en las cuevas.
Veneno lento de neblina y azúcar. Rosas de mazapán y purpurina celeste. Ternura de tul y recuerdos inventados.
Así se elige no ser. Un deslizarse. Una promesa de nieve.
Si me escapara hacia lo verde, lo tierno que lastima; dolor de un brote nuevo que deja al mundo sin lenguaje.
Los que no han llorado por dentro no merecen ser felices. Las lágrimas que nadie sabe.
La felicidad miserable de la ropa blanca y los ravioles del domingo. Felicidad de patio y macetas.
La felicidad dorada que venden en los freeshops. Felicidad de luces halógenas.
La felicidad de un beso de sol y sal, resbalando de fruta partida. Felicidad jugosa de piel sin pensamiento.
Cocinaba con un delantal estampado con una muñeca de Sarah Key. Me subía a la silla y medía la harina por cucharadas. Las manos demasiado pequeñas para batir el azúcar con las yemas de huevo.
Tal vez nunca volvamos a vernos.
Epílogo
Yo tenía ganas de llover.
Una vez, un texto dijo que yo era hermosa y atroz. Y extrañamente, mataba en vez de morir. A fin de cuentas, no hay gran diferencia.
Es de noche y estoy en la pileta vacía. Hago la plancha mientras me riega el agua de lluvia. Muy blanca en el agua muy negra.