martes, junio 19, 2007

Ocho

En invierno los niños se cuecen en la polenta.

Afortunadamente todavía falta para el invierno.

Las madres se quemaban los dedos pelando las papas calientes para que comieran sus hijos. Ahora por suerte existe Maggie.

Te vestía de colores dulces para poder amarte. Era necesario.

Ahora transcurren los días.

Vuelan las mariposas.

Las tres hermanas murieron en el cañaveral. Las mataron a golpes de garrote.

Es preciso que estas cosas sean sabidas.

Recordadas.

La gente tiene una ilimitada propensión al olvido. La felicidad se cuece en la ignorancia.

Nos rebajamos a amar cosas que son indignas de ser amadas, para tener un poco de tibieza. Un sorbo de café y vivir un día más. El polvo de la carretera está mojado de sangre.

Sólo quisiera que fueras distinto a ellos. Que vieras. Que recordaras.

Cuando todo comienza a suceder rápidamente y no hay vuelta atrás, se mira con dulzura el caleidoscopio de momentos felices, echados a rodar como bolitas de vidrio sobre un mantel de bolillos. Las niñas juegan sobre la mesa, arman palabras con letras pintadas en cubos de madera. Mamá zurce medias y sonríe. Alguien pisa las bolitas sin darse cuenta y todo se rompe, ruido de espejos y de lágrimas. Ya no se puede volver.

Hay un último rayo de sol en la tarde, el primero después de la lluvia.

Ella escribía: el rumor del viento en el jazmín.

Y se iba quedando dormida.

Los gritos hacen menos ruido que las balas.

Andaba de puntillas, como si volara. Por eso nadie la veía.

Conocer como se conocen las ausencias y las tardes perdidas. Conocimiento acuático que burbujea.

No hay nada en la heladera. La ropa está tirada. Despego un preservativo del piso de parquet. Comeré unos ravioles congelados hace siglos, sin salsa porque no tengo ganas de hacer salsa. Sólo por hoy. Mañana volveré a ser brillante y leve como me imaginan. No hay tomate, de todos modos. Anoto: compras: lata tomates. Y voy emergiendo de a poco.

Salir del horno es costoso. Me dejaría cocer con gusto. Primero me encerrarían en una jaula y me cebarían bien. Cuando estuviera rozagante y sonrosada, me pondrían una manzana en la boca. Los cuentos necesitan manzanas muy rojas. Lo bueno es que con la manzana en la boca ya no podría decir nada más.

En el otro canal discuten de las cirugías de una actriz. Todo se ve luminoso, hasta el punto de resplandecer. El plástico pulido brilla como el mármol. Pero es leve, se desarma de un soplido. Ser leve, saben, es una delicia.

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